07.03.11 - 01:06 -
FIDELA MAÑOSO FIDELA MAÑOSO | VALLADOLID.
En la década de los cuarenta, los austriacos Leo Kanner y Hans Asperger describieron un cuadro desconcertante y peculiar en el desarrollo humano, el autismo. Ambos coincidieron en la identificación de niños que llamaban la atención por su aislamiento, su rígida adherencia a rituales, su cerrada oposición a los cambios y extrañas peculiaridades comunicativas. Con personas que tienen estas características resulta difícil establecer una comunicación convencional o, al menos, los esquemas universales no son al completo aplicables. Dada su atípica expresividad y peculiaridad comunicativa surgen varias preguntas: ¿Tienen emociones los autistas, cómo las expresan, cómo entenderles e interpretar sus señales? ¿Son capaces de captar las emociones en los demás y de reaccionar adecuadamente ante ellas ?
Este complejo mundo de la expresión de las emociones en las personas con autismo es al que tratan de aproximarse desde el grupo de investigación de excelencia (GR-179) de Psicología de la Educación, en la Facultad de Educación y Trabajo Social de la UVA, alguno de sus miembros. Coordinado por los profesores Julia Alonso García (Universidad de Valladolid), Araceli Sánchez Raya (Universidad de Córdoba) y Francisco Rodríguez Santos (Autónoma de Madrid), constituyen un equipo de investigación interuniversitario que empezó su andadura hace cuatro años desde la Universidad de La Rioja y en la que participan otras instituciones académicas como la de Cantabria, Extremadura, Barcelona, Évora (Portugal ) y Torino (Italia).
En general se parte de la hipótesis de que la conducta expresiva emocional contempla un patrón común intercultural en la especie humana. Este equipo de investigación, sin embargo, centra su estudio en la identificación de la atipicidad expresiva de las personas con autismo. La literatura científica habitualmente usa como referente la expresión emocional universal como si fuera la única, y casi todo lo que se hace para trabajar con las personas con autismo en el mundo de las emociones es intentar ver qué es lo que tienen alterado y cómo se les puede enseñar para que lo tengan de la forma más parecida al de las personas sin autismo. Este grupo de investigación se separa de ese discurso e intenta estudiar la atipicidad y tratar de clarificar su significado.
Y es que, tal como dice la profesora Julia Alonso, «las personas con autismo no tienen esa tipicidad de la expresión emocional que tenemos los demás. Cuando expresan alegría no siempre están riendo o sonriendo; pueden estar completamente serios, aparentemente indiferentes e inexpresivos y estar llenos de alegría. Además, nos damos cuenta de que ellos tienen también una expresión emocional más restringida, no tienen un rango tan amplio y variado como el resto de las personas y, por lo tanto, pueden utilizar una misma expresión para distintas emociones».
El trabajo parte de tres premisas fundamentales: La evidencia de que existen alteraciones importantes en la interacción social, comunicación y competencia emocional de las personas con autismo; las consecuencias que estas barreras suponen en la convivencia, integración y desarrollo de las mismas, y, en tercer lugar, la necesidad de crear los canales de comunicación adecuados para reducir/eliminar dichas barreras.
Como consecuencia de lo anterior, esta investigación propone dos hipótesis de trabajo fundamentales: Por un lado, que existe expresión emocional en las personas con autismo, aunque su manifestación resulte atípica y no se encuentre dentro de los patrones normalizados.; y por otro, que a menudo la diversidad de emociones expresadas en estas personas es restringida.
Metodología
En este sentido, la metodología para desarrollar este trabajo cuenta con cuatro fases troncales: La creación del instrumento de medida, 'ad hoc', para recabar la información pertinente; la aplicación del mismo, el análisis de los resultados y la elaboración de un inventario que muestre la diversidad de expresiones emocionales
Para ello, el grupo está diseñando un instrumento de medida que recoja y muestre el repertorio conductual emocional de las personas con autismo. Dicho instrumento consta de dos partes diferenciadas. La primera de ellas es la identificación personal, en la que se recoge información sobre datos sociofamiliares, características individuales tales como diagnóstico, tratamientos y modalidad escolar, dada la variabilidad en las personas con autismo; y la segunda, las situaciones hipotéticas posibles que pueden desencadenar emociones, desde las necesidades fisiológicas que pueden provocar emociones, a los estados emocionales propiamente dichos, y distinguiendo entre la conducta verbal (lo que dice), no verbal (lo que hace) y la expresión facial (la cara que pone) que le acompaña. No solo analizando la conducta proactiva, es decir, su conducta ante el estímulo provocador de la emoción, sino también la reactiva, es decir, la conducta que expresa ante la emoción de otra persona. Cada tipo de respuesta, convencional o no, se justifica en función de su frecuencia, la contingencia de las consecuencias o, en último caso, plasmando el desconocimiento causal de tal respuesta. Por ultimo, se deja abierto un espacio para las observaciones que no están incluidas en el protocolo. Para la identificación de este repertorio, se ha contado con la colaboración de las personas de su entorno que más les conocen: las familias y los profesionales de atención directa.
Dicho instrumento de medida posibilita la elaboración posterior de un inventario emocional que facilite el entendimiento mutuo al permitirnos conocer la realidad de sus expresiones emocionales. Este inventario puede facilitar la comunicación, no solo a este colectivo, sino también a aquellas personas que interactúan con ellas y no encuentran la adecuada interpretación a sus atípicas señales expresivas. Posibilitará el entendimiento y contribuirá a que la impotencia y la ansiedad en la persona con autismo disminuya, así como la angustia e inseguridad que sufren la familias y los profesionales.
Es importante, afirma Julia Alonso, «no solo empeñarnos en enseñarles a ser como los demás, sino también empeñarnos en comprender cómo son ellos. Quizás de ese modo cuando interactuamos con las personas con autismo podamos entender que una expresión emocional habitual no siempre tiene el mismo significado, que una expresión facial seria no siempre implica ausencia de alegría ni deba interpretarse como indiferencia o falta de interés, y, que una misma expresión, es muy posible que esté presente en emociones diferentes. Nuestro empeño es contribuir a evitar, o reducir, los malos entendidos a los que están expuestos de forma cotidiana».
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