CENTRAL | Lun. 09 may '11
“Según la investigación que hice para mi maestría, el 17% de los alumnos tiene problemas de aprendizaje”, nos dice Edwin Córdova, un docente discapacitado que, por trabajar el tema de la inclusión educativa, ha sido premiado por Interbank.
"Desde pequeño quise ser militar pues me impresionaba ver a mi padre, quien era médico militar, lucir su uniforme”, nos dice Edwin Córdova, militar retirado y profesor. Acaba de ser distinguido por Interbank dentro de su campaña ‘Maestro que deja huella’, por su trabajo por una educación inclusiva para los discapacitados.
Conoció el Perú y sus contrastes desde pequeño. ¿Qué generó esto en usted?
Somos un país con mucha pobreza, lleno de gamonalismo y con costumbres feudales, situación que hasta ahora uno puede ver. Y en esa realidad, observé que había muchas personas discapacitadas. Recuerdo que, en algunos lugares, a los discapacitados se les llamaban ‘opas’, vocablo quechua que significa ‘tonto’. Por estas desigualdades es que nace también mi vocación militar e ingresé a la Escuela de Oficiales del Ejército.
¿Fue un buen alumno?
Entré en uno de los mejores puestos, y ya en la escuela estuve entre los 25 mejores. Pertenezco al arma de Infantería y, apenas egresé, me enviaron a Ayacucho, la zona donde actuaba Sendero Luminoso. Fue un choque terrible porque del entrenamiento pasamos a escenas reales de guerra, a enfrentamientos. Recuerdo que, a los cinco años de egresar, ya habían muerto 25 de mis compañeros de promoción.
Allí fue donde perdió la vista y una mano…
Estaba desactivando un explosivo y salí mal del asunto. Era 1987.
¿Qué le dio fuerzas para no dejarse vencer?
Mi vocación patriótica. Lo que me ocurrió le pudo ocurrir a cualquiera de mis compañeros. Reconozco que tengo ceguera, que me falta una mano, que tengo problemas de audición, pero ninguna de estas situaciones me hacen menos o me amilanan. Estoy orgulloso de lo que soy. Durante un año y medio me rehabilité en Estados Unidos y tuve la suerte de darme cuenta que allí se había avanzado mucho en cuanto a la rehabilitación de personas con ceguera, que muchos eran profesionales destacados y hasta vivían solos. Entonces, adquirí otra perspectiva del mundo y me dije: “Si otros pueden, ¿por qué yo no?”.
¿Cómo le fue al regresar al Perú?
Primero me dije “vamos adelante” y empecé a buscar trabajo. En mis planes estaba ser abogado. Para mi sorpresa, fui convocado para trabajar de profesor en el colegio Centro de Educación para la Inclusión de las Personas con Discapacidad, que hoy ya no existe. “Pero no soy docente”, le dije al director. “Sé de su trascendencia y de su lucha”, me respondió. Y como por mi formación militar dominaba temas de Historia y de Geografía y hablaba inglés, me dieron la posibilidad de dictar esos cursos. La vida me dio otra oportunidad. Por entonces no había concursos de plazas, por eso pude ser contratado (ríe).
Pero usted sí ha estudiado Educación…
Claro, ese mismo año ingresé a La Cantuta. Yo iba de civil todo pelucón, como un invidente más, pues Sendero era, por entonces, muy fuerte allí: escuchaba las arengas.
Usted promueve la educación inclusiva, que los estudiantes con discapacidad estudien no en colegios especiales, sino en colegio regulares…
Así es. Porque en la vida real, todos vivimos juntos, no estamos separados. La escuela es el país en chiquito, uno de los espacios donde uno empieza a socializar. Hacer que las personas con discapacidad estudien en colegios especiales significa discriminarlos, relegarlos. Si los discapacitados estamos excluidos desde la escuela, este modelo se va a replicar en la sociedad. Si no somos vistos como iguales desde la escuela, nunca habrá inclusión social. La escuela especial es un monstruo que excluye, y no le podemos hacer eso a nuestros dos millones de discapacitados, de los cuales, 500 mil tienen discapacidad visual y, de ellos, 100 mil están entre los cero y los 20 años, es decir, en plena edad escolar. Yo me pregunto, ¿dónde están?, pues solo trabajamos con 1,500. La realidad ha demostrado que los niños con discapacidad que estudian en colegios regulares son más competitivos que los que estudian en colegios especiales.
Por eso su persistencia en esta tarea inclusiva…
Cuando terminé Educación, empecé trabajando en un colegio especial y, desde allí, empecé a promover la educación inclusiva. Luego trabajé en el Instituto Nacional de Educación Especial –que está en el Callao–, donde capacitaba profesores en educación inclusiva. Hoy trabajo en Lima Norte, donde tenemos 300 alumnos y 25 docentes comprometidos en esta tarea inclusiva. En mis 20 años de docencia y en base a mi experiencia, he creado estrategias para que un docente regular trabaje con los niños con discapacidad.
¿Ha recibido apoyo de las autoridades?
Los muros que hay que derribar son mentales, y se irán cayendo con los años. Los grandes difícilmente cambiarán su chip. Hoy, de cada diez profesores a quienes les doy charlas, unos seis se sensibilizan, pero estamos trabajando para que todos lo hagamos. En el Perú, la educación inclusiva tiene diez años: yo trabajo veintidós años en esto y no me cansaré. Gracias a Dios, este trabajo ha sido reconocido por Interbank con el premio ‘Maestro que deja huella’.
¿En qué consiste su trabajo con los profesores?
Les doy estrategias de trabajo, les enseño a los docentes cómo tratar a personas con ceguera, cómo hablarles, cómo hacer que aprendan las lecciones, cómo hacer Educación Física con ellos… hasta cómo revisarles los cuadernos.
“Si la escuela no nos incluye, seguirá la discriminación”
“Según la investigación que hice para mi maestría, el 17% de los alumnos tiene problemas de aprendizaje”, nos dice Edwin Córdova, un docente discapacitado que, por trabajar el tema de la inclusión educativa, ha sido premiado por Interbank.
"Desde pequeño quise ser militar pues me impresionaba ver a mi padre, quien era médico militar, lucir su uniforme”, nos dice Edwin Córdova, militar retirado y profesor. Acaba de ser distinguido por Interbank dentro de su campaña ‘Maestro que deja huella’, por su trabajo por una educación inclusiva para los discapacitados.
Conoció el Perú y sus contrastes desde pequeño. ¿Qué generó esto en usted?
Somos un país con mucha pobreza, lleno de gamonalismo y con costumbres feudales, situación que hasta ahora uno puede ver. Y en esa realidad, observé que había muchas personas discapacitadas. Recuerdo que, en algunos lugares, a los discapacitados se les llamaban ‘opas’, vocablo quechua que significa ‘tonto’. Por estas desigualdades es que nace también mi vocación militar e ingresé a la Escuela de Oficiales del Ejército.
¿Fue un buen alumno?
Entré en uno de los mejores puestos, y ya en la escuela estuve entre los 25 mejores. Pertenezco al arma de Infantería y, apenas egresé, me enviaron a Ayacucho, la zona donde actuaba Sendero Luminoso. Fue un choque terrible porque del entrenamiento pasamos a escenas reales de guerra, a enfrentamientos. Recuerdo que, a los cinco años de egresar, ya habían muerto 25 de mis compañeros de promoción.
Allí fue donde perdió la vista y una mano…
Estaba desactivando un explosivo y salí mal del asunto. Era 1987.
¿Qué le dio fuerzas para no dejarse vencer?
Mi vocación patriótica. Lo que me ocurrió le pudo ocurrir a cualquiera de mis compañeros. Reconozco que tengo ceguera, que me falta una mano, que tengo problemas de audición, pero ninguna de estas situaciones me hacen menos o me amilanan. Estoy orgulloso de lo que soy. Durante un año y medio me rehabilité en Estados Unidos y tuve la suerte de darme cuenta que allí se había avanzado mucho en cuanto a la rehabilitación de personas con ceguera, que muchos eran profesionales destacados y hasta vivían solos. Entonces, adquirí otra perspectiva del mundo y me dije: “Si otros pueden, ¿por qué yo no?”.
¿Cómo le fue al regresar al Perú?
Primero me dije “vamos adelante” y empecé a buscar trabajo. En mis planes estaba ser abogado. Para mi sorpresa, fui convocado para trabajar de profesor en el colegio Centro de Educación para la Inclusión de las Personas con Discapacidad, que hoy ya no existe. “Pero no soy docente”, le dije al director. “Sé de su trascendencia y de su lucha”, me respondió. Y como por mi formación militar dominaba temas de Historia y de Geografía y hablaba inglés, me dieron la posibilidad de dictar esos cursos. La vida me dio otra oportunidad. Por entonces no había concursos de plazas, por eso pude ser contratado (ríe).
Pero usted sí ha estudiado Educación…
Claro, ese mismo año ingresé a La Cantuta. Yo iba de civil todo pelucón, como un invidente más, pues Sendero era, por entonces, muy fuerte allí: escuchaba las arengas.
Usted promueve la educación inclusiva, que los estudiantes con discapacidad estudien no en colegios especiales, sino en colegio regulares…
Así es. Porque en la vida real, todos vivimos juntos, no estamos separados. La escuela es el país en chiquito, uno de los espacios donde uno empieza a socializar. Hacer que las personas con discapacidad estudien en colegios especiales significa discriminarlos, relegarlos. Si los discapacitados estamos excluidos desde la escuela, este modelo se va a replicar en la sociedad. Si no somos vistos como iguales desde la escuela, nunca habrá inclusión social. La escuela especial es un monstruo que excluye, y no le podemos hacer eso a nuestros dos millones de discapacitados, de los cuales, 500 mil tienen discapacidad visual y, de ellos, 100 mil están entre los cero y los 20 años, es decir, en plena edad escolar. Yo me pregunto, ¿dónde están?, pues solo trabajamos con 1,500. La realidad ha demostrado que los niños con discapacidad que estudian en colegios regulares son más competitivos que los que estudian en colegios especiales.
Por eso su persistencia en esta tarea inclusiva…
Cuando terminé Educación, empecé trabajando en un colegio especial y, desde allí, empecé a promover la educación inclusiva. Luego trabajé en el Instituto Nacional de Educación Especial –que está en el Callao–, donde capacitaba profesores en educación inclusiva. Hoy trabajo en Lima Norte, donde tenemos 300 alumnos y 25 docentes comprometidos en esta tarea inclusiva. En mis 20 años de docencia y en base a mi experiencia, he creado estrategias para que un docente regular trabaje con los niños con discapacidad.
¿Ha recibido apoyo de las autoridades?
Los muros que hay que derribar son mentales, y se irán cayendo con los años. Los grandes difícilmente cambiarán su chip. Hoy, de cada diez profesores a quienes les doy charlas, unos seis se sensibilizan, pero estamos trabajando para que todos lo hagamos. En el Perú, la educación inclusiva tiene diez años: yo trabajo veintidós años en esto y no me cansaré. Gracias a Dios, este trabajo ha sido reconocido por Interbank con el premio ‘Maestro que deja huella’.
¿En qué consiste su trabajo con los profesores?
Les doy estrategias de trabajo, les enseño a los docentes cómo tratar a personas con ceguera, cómo hablarles, cómo hacer que aprendan las lecciones, cómo hacer Educación Física con ellos… hasta cómo revisarles los cuadernos.
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