jueves, 21 de julio de 2011

|20 Jul 2011 - 9:00 pm
En Europa y EE.UU. hay grupos que lideran esta iniciativa
Movimiento antivacunas, un credo peligroso

Por: Pablo Correa
Con la falsa sospecha de que producen autismo y otras enfermedades, decenas de padres han dejado de vacunar a sus hijos. Especialistas temen que regresen epidemias que se pueden prevenir.

Vacunas.


No creen en las vacunas. En ninguna. Dicen que una de ellas, la triple viral, es la causante del autismo. Que esparcen enfermedades en vez de erradicarlas. Protestan por ser obligatorias. Argumentan que los efectos adversos que pueden llegar a producir sobrepasan con creces los pocos beneficios. Que muchas son fabricadas con compuestos tóxicos.
Este es, palabras más palabras menos, el credo del movimiento antivacunas que en los últimos 20 años ha ido tomando fuerza en Europa y Norteamérica y que poco a poco comienza a extenderse al resto de países. “Vaccination Liberation”, un movimiento que agrupa a un buen número de seguidores, ya cuenta con una versión en español de su página web en la que se publican artículos provocadores con títulos como: “Disipando los mitos de la vacunación”, “Introducción a las contradicciones entre la ciencia médica y las políticas de vacunación”, “Cincuenta cosas que el médico olvidó decirte o ¿Es obligatoria la vacunación?”.
“Sus preguntas hacen pensar que no está al tanto de que nuestra organización cree que el mejor enfoque en vacunación es rechazar todas las vacunas”, es la primera respuesta de Dewey Ross, miembro de este movimiento, antes de explicar que para ella son patrañas las explicaciones científicas sobre el funcionamiento de las vacunas. Ross y sus compañeros creen que el sistema inmunológico se fortalece con un régimen alimenticio adecuado, buena salud y vivir en un entorno sano y no, como lo promulga la ciencia, cuando se inocula un agente infeccioso modificado para que las células aprendan a reconocerlo y atacarlo por el resto de la vida.
“En los estratos 1, 2 y 3 no es frecuente encontrar padres que pregunten por este tema —dice la pediatra Clara Echeverría—, ese mensaje antivacunas afortunadamente no se ha difundido masivamente en Colombia. Pero sí he visto papás extranjeros o colombianos que estudiaron afuera y llegan con el temor por las vacunas”. Opina también que algunos padres que han entrado en la onda de la nueva era y las medicinas alternativas comienzan a desconfiar de las vacunas. De las que han pasado por su consulta, recuerda en particular a una pareja que no vacunó a sus hijos y optó por “una vacunación natural con abejas sin ningún fundamento científico”.
Nadie sabe el número de personas que están dejando de vacunar a sus hijos. Pero algunas cifras son preocupantes. El Centers for Disease Control (CDC) de EE.UU. estima que en Pensilvania y Texas el año pasado 2,6% de los padres no vacunaron a sus hijos, más del doble de los que no lo hicieron en 1991. Y si se da un vistazo a comunidades más pequeñas como Marin County, San Francisco, las tasas de no vacunados se acercan al 6%. Por su parte, el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades advirtió este año del incremento de males como el sarampión y la rubéola, prácticamente erradicadas. España, por ejemplo, pasó de dos casos reportados de sarampión en 2004 a 1.300 en 2011. La causa serían los niños no vacunados.
Son cifras que tienen sorprendidos a especialistas como William Atkinson, del National Center for Immunization and Respiratory Diseases, “la vacunación ha salvado miles de vidas y billones de dólares”. Cita un caso, el de la viruela. Una enfermedad que llegó a cobrar la vida de más de 500 millones de personas y en 1978 se declaró erradicada del planeta. El milagro fue posible gracias a un médico inglés, Edward Jenner, quien notó hace más de 200 años que las personas que habían estado en contacto con una variedad inofensiva del virus que afectaba a las vacas (“la viruela boba”) desarrollaban defensas contra la variedad más virulenta que afectaba a los humanos. Ese fue el primer paso de una vacuna que hoy ya no es necesario poner a los recién nacidos.
Preocupados por lo que está sucediendo, los expertos de la Organización Mundial de la Salud han creado campañas informativas para recordar a los padres que gracias a la vacunación cada año se evitan 2,5 millones de muertes, y que la incidencia de enfermedades como la poliomelitis, que durante décadas dejó minusválidos a miles de niños, se ha reducido en el 99%.
Historia de un malentendido
Una serie de incidentes parecen haberse confabulado para dar origen a todo este gran malentendido en torno a las vacunas. Uno de los primeros fue la publicación en 1998 de un artículo en la prestigiosa revista The Lancet en el que el gastroenterólogo Andrew Wakefield, de Inglaterra, insinuaba que existía una relación entre la administración de la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubéola) y la aparición de autismo. Aunque casi 10 años después se comprobó que Wakefield había procedido de forma poco ética y los resultados no eran válidos, las sospechas ya habían sido sembradas. No ha importado que Wakefield perdiera su licencia profesional.
Otro malentendido que alimentó al movimiento fue la discusión en torno al thimesoral, un compuesto con el que se fabricaban muchas vacunas antes de 2005. Hacia 1999 el Instituto para la Seguridad de la Vacunas de la Universidad John Hopkins, solicitó a las autoridades sanitarias de EE.UU. removerlo de la preparación porque podría sobrepasar los niveles recomendados. Especialistas como Paul Offit, pediatra de Filadelfia y autor del libro Falsos profetas del autismo, creen que la tibia y confusa respuesta de la Academia Americana de Pediatras, al decir que “los actuales niveles de thimerosal no hacen daño a los niños, pero reducir esos niveles harán que las vacunas sean aún más seguras”, terminó dando argumentos a los antivacunas.
Para la pediatra Clara Echeverría, el hecho de que el autismo se diagnostique más o menos en la misma época en que a los niños se les aplican las vacunas como la triple viral ha hecho que muchas personas crean que una cosa es la causa de la otra cuando se trata de una simple asociación.
Amy Wallace, autora de un extenso reportaje sobre el tema para la revista Wired, cree que a estos factores habría que sumar la desconfianza que han generado las grandes farmacéuticas involucradas en escándalos por medicamentos inseguros. También la facilidad para divulgar información poco confiable a través de internet.
Therence Dermody, presidente de la Sociedad Americana de Virología, cree que otro problema es que se ha confundido a los padres sobre los riesgos que tienen las vacunas. “Todas tiene efectos adversos. Algunos menores como dolor y fiebre. Y otros más graves, como desarrollar poliomelitis, pero el riesgo es apenas de un caso en un millón”. En la página virtual del CDC (www.cdc.gov/vaccines/vac-gen/side-effects.htm) se puede consultar una tabla con los riesgos que implica cada vacuna.
La evidencia científica hasta ahora es clara a favor de la vacunación. Al menos 12 grandes estudios epidemiológicos se han realizado y ninguno ha detectado un vínculo entre la vacuna triple viral y el autismo. Seis han negado una asociación entre thimerosal y autismo. Tres más descartaron que este compuesto químico fuera la causa de problemas neurológicos.
“Solía decir que la marea bajaría cuando los niños comenzaran a morir. Pues bien, los niños ya comenzaron a morir. Así que ahora he cambiado a que todo esto va a terminar cuando suficientes niños comiencen a morir”, es la predicción que hace Offit, quien no desfallece en su intento por devolver a las vacunas el mérito que les han intentado quitar.
Pablo Correa | Elespectador.com

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